Hace 90 años, el médico escocés, Alexander Fleming, descubrió por casualidad la penicilina y revolucionó el tratamiento de enfermedades mortales en aquel momento como la gangrena, la tuberculosis y el tifus.

Desde entonces, los antibióticos han cambiado nuestra sociedad. Sin embargo, incluso Fleming sospechaba que la penicilina daría lugar a una catástrofe si se usaba incorrectamente. En el verano de 1928, después de sus vacaciones, el médico escocés Alexander Fleming regresa a su laboratorio en el Hospital St. Mary en Londres y accidentalmente descubre un moho en una placa de Petri. Al parecer, este es capaz de matar incluso a los gérmenes más persistentes. Fleming llama al hongo «penicilina» y espera que su sueño se haga realidad: producir un medicamento que solo ataque a los patógenos tóxicos, pero no a las células sanas del cuerpo.

Pasarán dos décadas y una guerra mundial antes de que Fleming y otros logren producir el antibiótico en cantidades suficientes para erradicar las epidemias de la época (tifus, sífilis, gangrena, tuberculosis). Pero Fleming sospechaba que un día el triunfo de la medicina podría convertirse en un peligro. La catástrofe médica comenzó con su primer uso como medicamento en masa en la ofensiva aliada contra la Alemania de Hitler, en 1944. Después de la guerra, en los EE. UU., la penicilina podía comprarse sin receta en la farmacia incluso como goma de mascar para el dolor de garganta.

En las derrotadas Alemania y Austria las potencias victoriosas decretaron la prohibición de la penicilina, por lo que surgieron bandas de contrabandistas sin escrúpulos que, con penicilina robada y falsificada, se aprovechaban de la necesidad de la gente. Hoy en día, se estima que más del 70 por ciento de los gérmenes agresivos son resistentes a la supuesta arma milagrosa. En los hospitales se ha alcanzado el nivel de alerta máximo. Un reportaje de Wilfried Hauke sobre la penicilina salvadora de vidas, un medicamento genial que ahora también conlleva graves peligros.

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